Y de aquella historia conservera, ¿qué quedó?
Fotografía del archivo de Fernando Rivera.
Desde el siglo XIX, el motor que impulsó la transformación del pescado en la costa atlántica de Cádiz no fueron únicamente los barcos de almadraba o las máquinas de prensado, sino la mano de obra femenina. Una mano de obra esencial que, históricamente, ha sostenido la cadena de valor de las salazones y conservas, a pesar de ser sistemáticamente precarizada. La historia de la provincia es, en gran medida, la historia de sus conserveras.
La Columna Vertebral de la Industria (Siglo XIX)
Cuando las primeras fábricas de conservas modernas aparecieron en Cádiz a partir de 1879, la infraestructura industrial se basó en la explotación de un recurso abundante: el atún, y una ventaja comparativa social: la disponibilidad de fuerza laboral femenina.
El carácter artesanal del proceso de salazón y envasado (limpieza, corte, empaque) requería un volumen de mano de obra ingente. Esta necesidad fue cubierta por las mujeres de los pueblos costeros. En núcleos industriales como La Higuerita (aunque geográficamente puede abarcar Huelva y Cádiz), más de 2.000 manufactureras trabajaban "por toda la temporada".
El sector, impulsado desde sus inicios por capital externo (principalmente catalán), se especializó en la conserva de atún para el mercado italiano. Este modelo productivo, centrado en la exportación y la alta demanda, consolidó la industria conservera como el principal motor económico en poblaciones como Barbate, garantizando un número significativo de puestos de trabajo que, sin embargo, a menudo eran de carácter estacional.
De la Fábrica a las Chabolas: La Feminización de la Precariedad
El papel de la mujer en las fábricas de salazón y conserva fue central, pero su contribución económica no se reflejó en sus condiciones sociales ni laborales. A lo largo del siglo XX, las obreras eran consideradas trabajadoras "sufridas", que realizaban exactamente el mismo trabajo que los hombres, pero a cambio recibían salarios inferiores.
Esta desigualdad salarial no era la única manifestación de la precariedad. Hoy nos enorgullecemos de nuestra memoria zapaleña, pero en un pasado no muy remoto el apelativo zapaleño se usaba como insulto. Aquel poblamiento chabolista, como tantos en la provincia de Cádiz, respondía a la falta de viviendas y la necesidad de concentrar a miles de trabajadoras cerca de las factorías. En otros lugares se desarrollaron pueblos-factoría (Sancti Petri), aquí no. Las conserveras y sus familias residían en condiciones muy difíciles, en chozas y chabolas en barriadas como La Colonia en La Línea de la Concepción.
El desarrollo urbanístico y la riqueza económica de los pueblos costeros se cimentaron sobre la explotación sistemática de una fuerza laboral femenina que vivía en condiciones de marginalidad. La historia de la conserva de atún es inseparable de la memoria de estas trabajadoras.
La Lucha Obrera en el Siglo XXI
Décadas después de la época de esplendor del monopolio (el Consorcio Nacional Almadrabero, activo entre 1928 y 1971), la industria de las conservas, aunque modernizada, sigue arrastrando problemas estructurales que afectan mayoritariamente a las mujeres.
Aún en la actualidad, este sector sigue empleando a una fuerza laboral predominantemente femenina y mantiene condiciones laborales precarias. Las trabajadoras convocaron jornadas de lucha y huelgas (2022) a nivel nacional ante el bloqueo de convenios, exigiendo salarios dignos y, un punto crucial, la equiparación salarial entre categorías profesionales. La Categoría 5 (mayoritariamente femenina) exige ser equiparada a la Categoría 6 (mayoritariamente masculina), evidenciando que la histórica brecha de género y la precariedad salarial persisten.
Además de la desigualdad, la figura del contrato fijo-discontinuo condena a muchas trabajadoras al "trabajo a demanda", manteniendo una inseguridad económica heredada de la estacionalidad del siglo pasado. A esto se suma el gran desgaste físico del trabajo (lesiones en la espalda o en las manos) que frecuentemente no es reconocido como enfermedad laboral, obligando a estas mujeres a poner en riesgo su salud para llevar un salario de subsistencia a sus hogares.
Un Reconocimiento Tardío, pero Necesario
En los últimos años, ha surgido un movimiento de reconocimiento social y cultural de esta contribución histórica. Enclaves como El Puerto de Santa María han rendido homenaje a estas mujeres trabajadoras, recuperando imágenes de aquellas que cosían las mallas de los barcos o trabajaban en las fábricas de conservas en la primera mitad del siglo pasado.
Estos homenajes, plasmados en murales y proyectos de memoria oral, buscan evocar la historia de las obreras de la ciudad y constituir un reconocimiento social tardío a su contribución. En Barbate este recuerdo y homenaje llegó del coro carnavalero “La fábrica de conservas”.
¿Moraleja?
Más allá de este necesario y merecido ejercicio de memoria a la historia de la mujer obrera en la provincia de Cádiz, mirando al presente de los pueblos almadraberos, no son los mismos los de Chiclana que los de La Línea de la Concepción y Barbate, como tampoco lo fueron sus pasados en el CNA.
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